jueves, julio 06, 2006

Salvadores Franceses. por Hélène Gutkowski

HOMENAJE A LOS SOBREVIVIENTES de FRANCIA Y A LOS FRANCESES QUE CONTRIBUYERON A SU SALVACIÓN (Discurso pronunciado en la Embajada Francesa en Argentina, 6 de julio de 2006)

Somos 45 personas que hemos sobrevivido a la Shoá en Francia que en este encuentro de memoria, hoy, respondemos AQUÍ ESTAMOS! Esta invitación de la embajada francesa a recordar y a rendir homenaje a quienes, en Francia y durante la guerra, han contribuido a nuestra salvación es, para cada uno de nosotros una cita de honor a la cual nadie ha querido faltar.
En mi calidad de miembro de la asociación GENERACIONES DE LA SHOÁ en ARGENTINA, me ha tocado convocar para el acto de hoy a esos correligionarios míos que, hayan o no nacido en Francia, han vivido parte o la totalidad de la guerra en ese país.
Del núcleo inicial de 12 miembros franceses que integramos GENERACIONES DE LA SHOÁ, hemos llegado a conformar un grupo de 45 personas que responden a este perfil y debo decir que ha resultado una sorpresa para cada uno de nosotros descubrir que tantos “otros como uno” habían elegido, para alejarse del siempre posible antisemitismo europeo, el destino argentino.
Claro que distintas han sido las razones que nos han traído a estos 45 sobrevivientes, a la Argentina, distintas las dificultades que hemos encontrado en nuestros respectivos derroteros y distinta también la adaptación afectiva a este país, pero tenemos algo muy fuerte en común, algo que nos permite, a pesar de todo lo distinto que seguramente somos, reconocernos el uno en el otro. Este algo, tan fundacional de una identidad, que nos une es una infancia o una adolescencia marcada, indeleblemente, por la guerra, marcada por la discriminación, por la persecución, por el miedo constante, marcada por lo nunca escuchado, por el tener que hacerse invisible, desaparecer de la superficie, para poder seguir viviendo!
Este período tan cruel de nuestra existencia, sin embargo, también fue, en momentos cruciales de nuestro deambular, iluminado por actos de solidaridad, por presencias protectoras que nos alentaron seguir creyendo en la dignidad humana.
Aunque cada una de nuestras historias merece ser contada en su totalidad, sólo podemos relatar aquí unas pocas vivencias, unos hechos elegidos entre muchísimos, que nos parecieron los más ilustrativos de lo vivido por los Judíos en Francia, en esa época, tanto lo acuciante como lo esperanzador.
Franceses o no franceses, los sobrevivientes que aquí nos encontramos somos hijos de Judíos polacos, rusos, rumanos, belgas, austriacos, búlgaros, sirios, Argelinos. Algunos llegaron a Francia apenas unos meses antes de la guerra, como refugiados pero la mayoría somos hijos de inmigrantes llegados a Francia varios años antes de la guerra, muchos clandestinamente, con lo cual no vivíamos en condiciones mucho mejores que ellos, en cambio, unas pocas personas de este grupo pertenecen a familias judías asentadas en Francia por varias generaciones.
Nuestra extracción social es igual de variada que nuestro origen territorial.
En su mayoría, nuestros padres eran confeccionistas, peleteros, pequeños comerciantes, gente en general de bajos recursos, que vivían humildemente, pero también hay entre nosotros hijos de joyeros, de industriales, de anticuarios y hasta de banqueros.
Hay quien tenía coche, quien vivía frente al Parc Monceau o en el barrio del Trocadéro, y quienes solo llegaron a conocer la pobreza obrera de Belleville o Ménilmontant, o las condiciones levemente más burguesas del 11e arrondissement, o del 10º.
La mayoría hemos nacido en París, hay quien nació en Alsacia, quien en Niza, quien en Marseille, algunos a los pocos meses de empezada la guerra, o sea en una Francia ya amenazada por la ocupación alemana, y uno no puede dejar de pensar en esas mujeres, nuestras madres, que cercanas a dar a luz, mareadas por el ulular de las sirenas, debían correr hacia los refugios antiaéreos, tropezando muchas veces en la batahola de las muchedumbres que huían de las bombas escaleras abajo en el subte.
Hay quien nació en condiciones aún peores, ya en plena guerra, como Gilbert, quien vio la luz en el campo de Gurs y vino desde su casa de Huerta Grande especialmente para esta ocasión.
Los más en este grupo de sobrevivientes eran niños de entre 6 y 12 años cuando estalló la guerra. Son quienes más nítidamente recuerdan y más traumatizados seguramente han resultado, porque de un día para otro no pudieron ir más a clases ni seguir viéndose con sus compañeros no judíos, con quienes a veces ya habían entablado amistades entrañables.
... Simple muestrario todos estos datos de quienes somos los sobrevivientes aquí presentes, con lo que teníamos en común y lo que nos diferenciaba. Pero, con su tendal de miserias, de sospechas, de delaciones y de pérdidas, la guerra, fue la misma para todos nosotros, porque todos éramos Judíos!
No todos recordamos cómo hemos sobrevivido. Quienes hemos nacido entre 1938 y 1942 recordamos poco o nada. Nuestra memoria está hecha de retazos. La memoria de mis 5 primeros años, por ejemplo, son sólo dos imágenes y dos sabores:
...Una iglesia de pueblo y una sensación de sal en la lengua...
...Una comida, le topinambour, (o tal vez haya sido le rutabaga, nunca pude determinarlo con certeza...) con su gusto horripilante, un gusto que volvía, contundente, intolerable, hasta muchos años después de terminada la guerra, en el fondo de mi garganta, cada vez que algo problemático hacía tambalear la tranquilidad recobrada...
...Y un cielo que de pronto se ha llenado de paracaídas bajando despaciosamente sobre una pradera pintada del azul de esas florcitas tan francesas que son les bleuets.
Este término, sobreviviente, todavía nos incomoda a casi todos nosotros, es como si nos quedara grande... El haber sido niño durante la Shoá implica efectivamente para casi todos nosotros la dificultad de reconocerse como sobreviviente porque frente a lo monstruoso de lo que vivieron nuestros mayores en los campos de exterminio o a lo inhumano de su diario intento de “hacerse invisible” en los países ocupados, lo nuestro nos parecía, hasta hace muy poco, intrascendente. Nosotros ¿qué teníamos para contar?
Pero ha pasado el tiempo y hemos aprendido a escuchar y a comprender el secreto padecer de nuestra infancia, a través, fundamentalmente, del relato de nuestros compañeros. Ahora, entendemos por ejemplo, porqué a muchos de nosotros nos cuesta jugar cuando nuestros nietos nos lo piden... Es que no hemos jugado en nuestra infancia y no sabemos jugar...
En lo personal, creo que es recién ahora, después de haber trabajado para esta convocatoria que, por fin, puedo asumir el calificativo de sobreviviente como algo que me corresponde.
Es común que despierte asombro en ciertas personas saber que alguien es sobreviviente pero el SER SOBREVIVIENTE no merece un homenaje mientras que sí lo merecen las personas que nos han ayudado en nuestra lucha por sobrevivir. Por eso hemos respondido AQUÍ ESTAMOS a la convocatoria de la embajada, porque queremos expresar, públicamente, nuestro reconocimiento a quienes nos han ayudado y, cuando así ha sido el caso, a quienes nos han salvado.
Si estamos aquí, es porque en nuestro camino, hemos encontrado un Salvador o varios. De hecho, la supervivencia ha sido posible en la mayoría de los casos sólo a través de una cadena de salvadores, empezando por los padres. En prácticamente todos los casos, fueron los padres los primeros eslabones en la cadena de salvataje, aún los que fueron asesinados enseguida después de haber dejado a sus hijos a buen resguardo.
Fueron nuestros padres quienes debieron asumir el riesgo de decidir por nosotros, planear cómo ponernos a salvo a nosotros, y recién después buscar ellos dónde y cómo escaparse, si es que todavía tenían una chance de hacerlo.
Debemos imaginarnos a esos miles de madres y padres judíos ante la disyuntiva de llevarse a sus hijos consigo – haciéndoles correr los mismos riesgos que ellos y sabiendo que tal vez, llevándolos con ellos, los llevaban a la muerte - o dejarlos en manos de una familia que no conocían, una familia que no tenía nada que ver ni con su cultura ni con su historia...
Es cierto que los niños confiados a familias desconocidas sufrieron el abandono. Sí, lo sufrimos profundamente, y por largos años, aún después de la guerra, pero mucho más desgarrante debe haber sido, para esas madres y esos padres, tomar la decisión de dejar a su(s) hijo(s) en manos de gente desconocida... Y... si no volvían?
Casos aún más desgarrantes fueron los de aquellas madres quienes tuvieron la intuición, tal vez el instinto animal, y el coraje... antes de ser metidas a la fuerza en los trenes que las llevarían a los campos de concentración, presintiendo lo que las esperaba, de empujar a sus hijos hacia atrás, a veces hasta con una bofetada, obligándolos, a pesar del desesperado aferrarse de los niños, como fue el caso de Enrique, a pesar de su llanto - el llanto de ellos y el de ellas - a quedarse... Esas madres, qué hacían? “Abandonaban” a sus hijos... apostando a una esperanza loca: que alguien se apiadara de sus niños y que éstos pudiesen salir de allí – de estos “allí” que eran Drancy, Pithiviers, Gurs... - con vida. Esas madres, fueron SALVADORAS, con mayúscula.
Los demás eslabones de las cadenas de salvamento a las cuales nos referimos, fueron en la mayoría de los casos, personas desconocidas.
Cuando hablamos de SALVADORES FRANCESES, nos referimos a todas “aquellas personas, no judías y judías, que en Francia, durante la Shoá, contribuyeron a la supervivencia de uno o varios Judíos”.
Hay todavía hoy quienes se preguntan si hubo salvadores judíos! Respondemos sí!, y muchos más de lo que se sabe, miembros, principalmente, de organizaciones judías como la OSE o les Eclaireurs de France para citar sólo algunas, que ayudaban a trasladar a niños judíos a lugares seguros, en particular a Suiza.
Sentada entre nosotros, hay una mujer que no se diferencia en nada de las demás, quien, con 19 años apenas, aceptó involucrarse en la peligrosa tarea de salvar niños judíos. Logró hacer pasar a Suiza 13 chicos hasta que fue delatada. Elsa pagó muy caro la osadía de ser une passeuse: fue apresada y llevada a Auschwitz junto con todos los componentes de su célula! Ella sobrevivió, no así sus compañeros! Elsa Rozin está aquí para que sepamos que también hubo salvadores judíos!
Es un deber para nosotros recordar esas acciones solidarias, judías y no judías, y rendir homenaje a todos los salvadores franceses que permitieron con su entrega que hoy, nosotros, estemos aquí.
Nuestro reconocimiento pues, entre muchos otros, al gendarme André Gosselin que vino a avisarle a la familia Hercowitz que los alemanes iban a emprender “la grande rafle” al día siguiente, dándoles así a la madre y a sus tres hijitas el tiempo de esconderse...
A André Baccari, maestro, a su esposa y a su hija, quienes albergaron 9 niños judíos en su casa de Montigny-Le-Ganelon, y a Mr Brillant, director del colegio de Châteaudun quien, a pesar de la prohibición, aceptó a Henri y a varios otros niños judíos como alumnos, durante el año escolar 43/44...
A Alice Gouvion, directora de un colegio en Niza que aceptó a Lily como alumna, escondiendo a las maestras la condición de judía de la niña...
Salvador también fue el Abbé Eugène Guillet que procedió de la misma manera con Jean, y hasta escondió a su alumno judío en su propia casa durante las vacaciones de verano del 43...
Y lo fue Hélène Nonorgues, otra directora de escuela, en Caylus, que se preocupaba porque la pequeña Myriam pudiese seguir estudiando y que no le faltara nada. Cuando el padre de Myriam fue deportado y que la niña y su madre tuvieron que buscar otros lugares para esconderse, Hélène y René Nonorgues, siguieron comunicándose por correo con ellas, con una preocupación y una ternura que no deben quedar silenciadas...
Salvadores fueron quienes ayudaron a familias enteras a pasar los Alpes o los Pirineos, como sucedió con la familia de Michel, o las escondieron en granjas, como sucedió con los Kenig, en altillos, como pasó con mis padres y mi hermano, o en conventos como fue el caso de Irene, cobijada por las hermanas del orfanato de St Vincent de Paul en Aurillac o simplemente, quienes han tenido gestos que nunca podrán olvidarse como aquel guardia francés del campo de Drancy que entró a la panadería del campo y le consiguió un trozo de pan al chico judío hambriento, “planté”, enraizado, delante de la vidriera... Solidaridad anónima de la pequeña gente...
Salvador debería ser considerado también aquel hombre mayor que se levantó de su asiento en el métro y se lo cedió a una joven judía de 15 años, Micheline, que llevaba la estrella amarilla en su solapa con la palabra “Juif”, pidiéndole disculpas por la infamia impuesta por sus conciudadanos.
Salvadores anónimos todos los religiosos que nos bautizaron, y el cura que hizo sonar las campanas de su iglesia como si hubiera muerto alguno de sus feligreses, y empezó a dar misa, con el joven judío buscado por los alemanes a su lado... disfrazado de sacristán.
Esconder a un Judío, cobijarlo aunque sea por una noche, conseguirle documentos falsos o, simplemente, darle algo de comer, podía costarle la vida a uno, y también la vida de su familia... Infinita es la lista de los pequeños y grandes actos de coraje, infinita, la de las mentiras salvadoras que se supieron inventar... y muchísimos los franceses que pagaron con su vida, su altruismo...
... Tal como le ocurrió “al pequeño cura de campaña” que cobijó con cariño a Richard, un huerfanito de sólo cuatro años, y lo llevaba con él, de madrugada, porque no tenía con quien dejarlo, a la estación donde cada día llegaban trenes cargados de heridos que necesitaban cuidados, de muertos a quienes había que cerrarles los ojos... Aquel “pequeño cura de campaña” pagó su amor al prójimo... en el paredón de fusilamiento! Richard escribe: “Mi boca gritó tan fuerte cuando vi caer al padre, mi padre, que mi corazón todavía lo escucha...”
Son muchos los salvadores que han dejado grabados en nuestro corazón su nombre y su ejemplo; no los podemos nombrar a todos aquí, pero figuran inscriptos en el programa editado por DAIA para esta ocasión. Ojalá logremos además que sus nombres pronto sean inscriptos, para la eternidad, en la piedra de la “Pared de los Justos”, en el Memorial de Paris:
Figurarán entonces, entre muchos otros JUSTOS:
- Máxime et Edmée Rousseau, quienes vivían en Niort y criaron a Maurice y a su hermano y hasta fueron a rescatarlos del campo de detención de Poitiers.
- Mr Penicaud, el dueño del Hotel d´Eymouthiers, un pueblo no muy lejos de Oradour-sur-Glane, que tuvo que forcejear con Micheline para convencerla de que ya no podía quedarse allí, después de la redada de la víspera, en la cual habían caído su madre y su hermana, y que debía huir y que lo mejor y lo más rápido que podía hacer para volverse a encontrar con su familia, era... entrar a la Resistencia.
Deberá figurar en ese MUR DES JUSTES, Mme Magre, quien, en honor a la amistad que la ligaba desde la infancia a la madre de Georges, consiguió, en una sola mañana, pasaportes para 17 miembros de la familia de su amiga judía.
Asimismo, deberán figurar Henri et Marie Degrémont quienes, a pesar de tener ya ocho o nueve judíos escondidos en el altillo de su casa en Les Coudreaux, les abrieron su casa y su corazón también a mis padres y a mi hermano, quienes pudieron así mantenerse a salvo hasta que finalizó la guerra, 18 meses más tarde. Henri Degrémont y Marie han sido para mí, de 1945 a 1947, tonton y tata, mis “primeros padres”, los sigo amando y admirando en el recuerdo...
Es en la casa de Tata, a quien había ido a visitar con mi esposo y mi hija mayor, después de vivir dos años en la Argentina, que mi nena, entonces de un poco más de 12 meses, empezó a dar sus primeros pasos... en Liberté!
Rendir tributo a los Salvadores franceses es posicionarse ya no en lo negativo de la Shoá, sino en lo que, en nuestro asociación, llamamos “la lección positiva de la Shoá”, una lección que nos debemos de rescatar y difundir.
Agradecemos al Sr Francis Lott y al Sr Hubert de Canson el habernos dado la oportunidad de empezar a transitar este camino!
AQUÍ ESTAMOS... NOUS SOMMES LÀ !
Ne dis jamais que c´est ton dernier chemin
Un ciel de plomb peut parfois cacher de bleus lendemains
Notre heure tant attendue arrivera
Et nos pas résonneront… FORT !
Nous sommes là !